sábado, 12 de diciembre de 2009

El valor de una palabra



Hace unos días, en una reunión de padres de acogida (no sé si me gusta mucho este término, creo que desde ahora lo sustituiré por el de padres acogedores), una mujer relataba su experiencia. Su hija de acogida, que llegó a su hogar con 11 años, le preguntó un día, al poco de llegar, cómo debía llamarla. La mujer, prudentemente, le dijo que podía llamarle por su nombre o, si le apetecía, podía llamarle mamá... La niña se lo pensó un momento y dijo: "Te llamaré mamá. Porque ser mamá no es tener un hijo. Ser mamá es lo que haces tú: cuidarme, quererme, acompañarme..."
Cuando llega un bb a nuestras vidas, tarde o temprano nos llama mamá. Porque así es como piensa que nos llamamos. Luego descubre que además de mamá, cada una de nosotras tenemos otro nombre.
Pero cuando llega un niño más mayor, que además frecuentemente sigue teniendo contacto con su madre biológica, y decide, voluntariamente, llamar mamá a su madre acogedora, la palabra se convierte en un tesoro, en un regalo, y todo su significado, toda su historia, sale de nuevo al exterior. Deja de ser un nombre, para convertirse en un título. Pasa de ser una palabra común, dicha y escuchada sin pensar, a ser una palabra plena.
Porque en esa palabra tan sencilla, en tan pocas letras, está la fuerza de la vida, del sacrificio. Es valentía y delicadeza, ternura y coraje, y es, sobre todo, amor.

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